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sábado, 24 de abril de 2010

Para ti abuela, flores rojas por tu amor y blancas por tu pureza.



Hoy voy a hablar de mi abuela paterna, ,se llamaba Juana Montero González, y murió hace ya muchos años, tendría yo alrededor de 17. Y para verguenza mía, se me olvidó la fecha; pero bueno, creo que lo importante, más que la fecha de su nacimiento o muerte son los recuerdos que dejó en mi corazón.
La recuerdo como una mujer imponente, alta y rubia, algo corpulenta y puede decirse que bonita.
Había nacido en un pequeño pueblo de pescadores al sur de la provincia de la Habana, Surgidero de Batabanó; de allí salían también los ferries para la Isla de Pinos, hoy día rebautizada como Isla de la Juventud.
Mi abuela fue una más entre varios hermanos, uno de ellos se dedicaba a jugar baseball y llegó a salir a jugar en México, se llamaba Juan, y no estoy segura pero parece que su padre se llamaba de ese modo, al bautizar a dos hijos con ese nombre.
No se como ni cuando se fue ella para La Habana, si fue antes o después de casarse con Pedro Soler, lo único que conozco del señor es que murió muy jóven, de un disparo de rifle, era sereno o algo parecido en los muelles de La Habana y dicen que limpiando un rifle se le fué el disparo.
Mi abuela tuvo con el una hija, a la que llamó Cira, no se si tuvo más nombres, solo recuerdo que esa tía mía recibía de por vida una pequeña pensión de antiguos obreros ferroviarios, ignoro si Pedro tenía dos trabajos.
Poco tiempo después, mi abuela comenzó una nueva relación, esta vez con una señor que se nombraba Mamerto, pero tampoco se el apellido, mi abuela materna alguna vez me lo dijo pero también lo olvidé; éste era un vasco que era dueño de una mueblería en La Habana, y con el tuvo su segundo hijo, mi padre, al cual bautizó con ese nombre, Horror!. Mamerto. El vasco en cuestión nunca quiso reconocerlo como su hijo porque estaba casado, cosa que mi abuela ignoraba.
Y decidió, como viuda que era inscribirlo con el apellido de su difunto marido.
Ella tuvo que trabajar muy duro para poder criar ella sola a sus dos hijos, claro que mi padre comenzó a ayudarla a partir de los 9 años, la edad en la que los niños se dedican a ir a la escuela y a jugar, el pobrecito tuvo que comenzar a trabajar de "botones" en el bar Arrechabala situado en la Plaza de la Catedral habanera.
No le conocí nunca más otro hombre en su vida.
Mi abuela Juana, como le decía yo siempre, para diferenciarla de la otra abuela, Amparo,
me tenía mucho amor, siempre se dedicó a comprarme mis boticas blancas mientras era muy chiquita, eran tiempos duros pero ella se preocupaba por eso, y todos los años pagaba mis fotografías por mis cumpleaños, postales y ampliaciones a color, que a veces se hacían pintando las foto en blanco y negro.
La recuerdo siempre yendo a mi casa al menos un par de veces a la semana, y comía con nosotras. Era como un sol que nos iluminaba!.
Nunca aceptó a otra mujer que no fuera mi madre como su nuera después que mis padres se divorciaran, o sea, de una lealtad ejemplar para con mi mamá y sus nietas.
No se me olvida que en los primeros días del triunfo de Castro en enero de 1959, cuando hicieron una huelga general y el transporte estaba paralizado, mi abuela Juana, vino a vernos porque no sabía nada de nosotras ni de mi padre, y lo hizo caminando yo no se cuantas decenas de cuadras, yo no se cuantas, quizás más de cien calles de La Habana.
Cuanto amor había en ella!.
En 1965, abuela enfermó de cáncer, no se si lo tenía en el estómago o en el colon aunque ya ella venía hace tiempo sintiéndose mal, cayéndole mal algunas comidas y sin darle mucha importancia a eso, seguía trabajando.
Pero el día llegó en que ya no pudo continuar adelante y supe por mi padre que ella tenía cáncer. La fuí a ver a la clínica donde estaba ingresada, e iba diariamente cuando venía de la escuela para estar con ella hasta la hora de la visita, cuando llegaban los demás a verla.
Una vez me dijo abuela, tengo mucho frío, y no me han traído un abrigo; le dije espera un momento y salí afuera, llamé a mi papá y le dije "necesito que me traigas dinero para ir a comprarle un abrigo a mi abuela que tiene frío", el enseguida vino y me lo dió. Después llegó alguien de la familia y la dejé con alguien cuidándola mientras yo iba a la tienda a buscarlo (todavía existía algo en la tiendas), y le traje muy contenta un sweater blanco con cuadritos verdes, que era lo único que había encontrado y se lo puse , ella me miró solamente, pero se que desde el fondo de su alma me lo agradeció.
Murió una tarde de invierno, me llamaron como a las ocho de la noche y mi hermana y yo salimos disparadas para la clínica, solas porque mi mami había salido.
La velamos en la funeraria Caballero, que estaba en plena Rampa. No se por que yo tenía miedo de ir al baño en aquel lugar, tal parecía que alguien me estaba mirando.
Estuve allí hasta el otro día, cuando se la llevaron hacia el cementerio.
Ese día perdí a mi abuela Juana, la enterraron con su abriguito blanco y verde.
Allí también enterraron años después a mi padre, pero esa es otra historia, hasta ahora, la historia más triste de mi vida, mi padre!
Hacía tiempo que debí haber escrito sobre mi abuela Juana, se lo debía, ya debe estar contenta por este recordatorio dondequiera que ella esté, aquí o allá.
Ya era tiempo que te diera las gracias por tanto amor y por tanta devoción hacia mi, mi hermana y mi madre, pero principalmente por todo el amor que recibí de ti.
Gracias!

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