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lunes, 15 de febrero de 2010

¿Seriamos capaces de un amor tan grande?


La historia de la extraordinaria devoción de una mujer para con su marido. Que el merecía o no tanto amor, o los motivos que lo movieron a obrar como lo hizo, no tiene importancia.Esta historia comienza a principios de 1950, en el pequeño apartamento que el matrimonio Taylor tenia en Waltham (Massachussets). Edith, que llevaba ya 23 anos de casada con Kart, tenia la certeza de ser “la mujer mas afortunada del barrio”. Su corazón todavía saltaba de alegría cuando el entraba en la habitación. En cuanto a Kart, daba toda la impresión de un hombre enamorado de su esposa. Si su trabajo en un almacén de gobierno lo obligaba a salir del pueblo, escribía a Edith todas las noches y le enviaba modestos presentes desde cada lugar que visitaba.En febrero de aquel año, Kart fue enviado a Okinawa para que se hiciera cargo durante varios meses de un nuevo almacén gubernamental. Era mucho tiempo el que estaría ausente, ¡ y tan lejos! Esta vez no llegaban regalos, pero Edith comprendía: Kart estaría guardando el dinero para comprar la casa que desde mucho tiempo atrás soñaba poseer algún DIA.Pasaban lentamente los meses de soledad. Casa vez que Edith esperaba el regreso de Kart, le escribía el que debía permanecer allá “tres semanas mas’, ‘otro mes’, “solamente dos últimos meses’. Ya había transcurrido un año y sus cartas eran menos frecuentes cada vez la falta de regalos era compresible, pero ¿no gastarse unas cuantas monedas en sellos de correo?Luego tras varias semanas de silencio, llego una carta: “Querida Edith: Quisiera que hubiese una manera menos dolorosa de decírtelo, pero nuestro matrimonio ha terminado…”Edith se dirigió al sofá y se dejo caer en el. Kart había obtenido un divorcio por correspondencia y se había casado con Aiko, una criada japonesa de 19 años, asignada a la residencia del personal del almacén. Edith tenia 48.Si estuviera yo inventando este relato, la esposa abandonada objetaría ante los tribunales aquel divorcio ilegal. Edith cobraría odio a su marido y a la rival y se propondría vengarse al ver destrozada su vida. Pero me limito a describir lo que sucedió. Edith no le cobro odio a kart; tal vez, como lo había querido durante tantos años, le era imposible ya dejar de hacerlo.Pudo imaginar la situación: Kart se sentía solitario, estaba en constante proximidad con la japónesita… Pero aun asi, Kart no había tomado el camino mas fácil y menos decente: había preferido divorciarse a aprovecharse de una muchacha humilde. Lo único que Edith juzgaba imposible de creer era que él hubiese dejado de quererla. Algún DIA, de algún modo, Kart volvería a su lado.Edith ordeno su existencia en torno a tal idea. Escribió a Kart y le pidió que no dejara de enviarle noticias suyas. asil, recibió con el tiempo la nueva de que él y Aiko esperaban un niño. Maria nació en 1951 y Helen en 1953. Edith envió regalos para las dos. Seguía escribiendo a Kart y este le contestaba: A Helen le había salido su primer diente, Aiko hablaba ya mejor el ingles, él había disminuido de pesoY entonces llego la terrible noticia. Kart padecía cáncer del pulmón y se moría. Sus ultimas cartas reflejaban un miedo tremendo; no por él mismo, sino por Aiko y las dos niñas. Kart había empezado a ahorrar para enviarlas a una escuela en los Estados Unidos, pero todo se le había ido en las cuentas del hospital. ¿Qué seria de ellas?Edith comprendió que el ultimo presente que podía hacerle a Kart seria el devolverle la paz de espíritu. Le escribió, pues, que si Aiko estaba dispuesta, ella se haría cargo de Maria y de Helen y las criaría en Waltham. Pasaron muchos meses desde la muerte de Kart, y Aiko se resistía a separarse de las niñas, que representaban todo su bien en la vida. Pero, ¿Qué podía ofrecerle ella, salvo la pobreza, la servidumbre y la desesperanza? Y en noviembre de 1956 las envió al lado de “la querida tía Edith”.Bien sabia Edith que a los 54 años le iba a resultar difícil servir de madre a dos criaturas, una de cinco años y la otra de tres. No había pensado en que, durante el tiempo pasado desde que Kart murió, ambas habían olvidado el poco ingles que sabían. Pero las ninas aprendieron rápidamente. Su mirada perdió el temor inicial, sus caritas se redondearon. Y Edith, por primera vez en seis anos, se apresuraba a volver del trabajo a casa. ¡Hasta el preparar las comidas le resultaba de nuevo motivo de alegría!Mas tristes eran los momentos en que llegaban cartas de Aiko. “tía, dígame que hacen, si Helen o Maria lloran o están contentas”. En el ingles rudimentarios de Aiko, Edith adivinaba su soledad. Y comprendió lo que debía hacer: traer allí a la madre.asi lo decidió, pero Aiko era aun ciudadana japonesa y el hacerla venir exigiría una espera de varios anos. En Agosto de 1958 se autorizo la entrada de Aiko Taylor al país.Cuando el avión aterrizaba en el Aeropuerto Internacional de New York, Edith tuvo un momento de pánico. ¿ Y si llegaba a tomar odio a esa mujer que le había arrebatado a su marido? El ultimo pasajero que descendió del avión era una muchacha tan pequeña y delgada que al principio Edith la creyó una niña. allí seguía, aferrada a la baranda, y Edith comprendió que si ella había tenido miedo, Aiko estaba casi aterrorizada. Edith la llamo por su nombre y Aiko bajo los escalones a la carrera y se hecho en sus brazos. Mientras se abrazaban, asalto a Edith un pensamiento extraordinario: “Yo oraba para que Kart volviera. Y ha vuelto al fin, en sus dos hijitas y en esta dulce muchacha a la que el quiso. Ayúdame, Dios mió a quererla yo también”.

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